En Tebas, la ciudad de las muchas puertas de la antigua Grecia, había un tirano llamado Arquías. Era tanta su crueldad que todo su pueblo le odiaba.
Una noche celebraba un festín con sus más allegados, cuando en medio de la orgía alguien le trajo una carta sellada en la cual se le informaba de los planes que un grupo de conjurados había fraguado para asesinarle aquella misma noche. Al recibir la carta preguntó que de qué se trataba. Se le dijo que se trataba de asuntos muy serios. Sin leerla la arrojó bajo un asiento, soltó una carcajada y dijo: «Para mañana los asuntos serios.» Poco después, los conjurados se introdujeron en el festín, disfrazados de mujeres y a una señal, cayeron sobre él y lo degollaron.
Imprudencia, dejadez o imprevisión. No importa cómo quieras llamarlo, pero lo que tenemos aquí es la tragedia de un hombre que no supo colocar en primer lugar lo que era primero. ¿Cuántos no están haciendo exactamente lo mismo?
No se necesita realizar ningún esfuerzo para comprender que a Dios tenemos que colocarlo en el más alto sitial de nuestras prioridades.