Una noche, un hombre soñó que estaba en el templo.
En su sueño se le apareció el organista tocando el órgano, pero no oía ninguna de sus notas. El coro y la congregación empezaron a cantar, pero tampoco se escucharon las voces. Entonces el ministro empezó a orar pero las palabras no salían de sus labios. El hombre le preguntó al ángel la razón por la cual no se escuchaba nada. Éste le contestó:
– No se escucha nada porque no hay nada que escuchar. Esta gente únicamente alaba de labios. Sus corazones no están alabando, por eso las voces no llegan a Dios. Pero escucha ahora…
El hombre escuchó entonces la voz de un niño, clara y transparente, mientras el ministro oraba y la gente se unía en su oración. Se escuchaba sólo la voz del niño, porque sólo él alababa a Dios en su corazón.
Jesús se quejaba de los que de labios le honraban, pero cuyos corazones estaban bien lejos de Él (cfr. Mt 15:8). Lo mismo puede suceder con la alabanza.