Había una cristiana que siempre estaba alegre y optimista a pesar de estar confinada en su habitación a causa de una enfermedad en un ático de la quinta planta de un edificio antiguo y ruinoso.
Una amiga decidió visitarla una vez en compañía de una señora de buena posición. Al no haber ascensor, las dos damas comenzaron una penosa ascensión. Al llegar al segundo piso, la dama más rica comentó: «¡Vaya un lugar oscuro y asqueroso!». Su amiga le contestó: «Es mejor más arriba». Cuando llegaron al tercer rellano, siguió otro comentario: «Esto está cada vez peor», y la misma respuesta «Es mejor más arriba».
Finalmente llegaron al ático, donde hallaron a esa santa de Dios en la cama. La sonrisa de su cara reflejaba el gozo del corazón. Aunque la habitación estaba limpia y había flores en la ventana, la visitante de buena posición no había podido sobreponerse a los sórdidos alrededores en que vivía esta mujer. Dijo de sopetón: «¡Te debe costar mucho estar aquí en estas condiciones!». Sin dudarlo ni un instante, la enferma respondió: «Es mejor más arriba».
Ella no miraba lo temporal. Con los ojos de la fe fijos en lo eterno, había encontrado el secreto de la verdadera satisfacción y el verdadero contentamiento.