Cierto día, un joven se hallaba en un bote en medio del río Sena, en París, tratando de ahogar a un perro. Lo lanzó al agua y el animal, nadando, trataba de volver al bote; pero el joven lo rechazaba con uno de los remos.
En un golpe en falso, el joven perdió el equilibrio, el bote volcó y él cayó al agua. Se hubiera ahogado a no ser porque el perro, tomándolo con los dientes por la ropa, lo sacó a la orilla.
La gente que se había agolpado y veía la escena, corrió a ayudar al muchacho y a reprenderle duramente por su actitud cruel contra el animal.
La Iglesia nos presenta a los santos como hombres y mujeres dignos de imitar.
De Francisco de Asís el gran santo de la Edad Media, tenemos mucho que aprender: su gran amor para con Dios, para con el hermano, su pasión por el pobre en quien descubrió su mayor alegría. Además, vio cada cosa, a cada criatura como obra de las manos de Dios que merecen respeto.
El pecado consiste entonces en la falta de respeto y amor al hermano y a las cosas creadas por Dios.