Hace algún tiempo apareció en las páginas del diario New York Times, el triste relato del caso de la señora Marjorie V. Jackson, una excéntrica heredera de varios millones de dólares, los cuales conservó en su casa.
Posiblemente, ladrones conocedores del caso, incursionaron varias veces en casa de la señora Jackson buscando el dinero, del cual se llevaron algunos millones; pero ella, quién sabe por qué causa, no informó a la policía.
La mayor tragedia vino cuando los ladrones incursionaron otra vez, mataron a la señora, y para borrar las huellas incendiaron la casa. Cuando la policía llegó a inspeccionar los escombros, encontraron el cadáver de la señora y, escondidos en barriles viejos de basura, varios millones de dólares.
La posesión de aquel dinero fue la causa de la ruina para la señora Jackson. Ni los gozó y fueron la causa de su muerte.
No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón. (Mateo 6:19-21)