Dos amigos atravesaban un bosque intrincado y salvaje, en el que no había vestigio alguno de civilización.
De pronto, apareció ante ellos un oso hambriento que les salió al encuentro con actitud amenazadora.
Uno de los dos amigos, atropellando al otro, huyó sin preocuparse del compañero. Procurando su propia salvación, se encaramó rápidamente a un árbol.
El otro, para salvarse, no encontró fórmula mejor que tirarse en tierra, quedándose inmóvil y sin respirar, como si estuviera muerto.
Llegó el oso, lo lamió durante un buen rato y, creyéndolo muerto, se fue.
Cuando el oso desapareció, el amigo que había subido a un árbol, todavía temblando, preguntó:
– Cuando el oso se acercó, parecía que te estaba hablando. ¿Qué te dijo?
– Me dijo una sola cosa: que no me fíe nunca de los amigos como tú.
León Tolstoi