Cuentan que había una vez un bachiller que era muy aficionado a las bromas. Su profesor era extremadamente severo; a la menor falta, los alumnos recibían bastonazos.
Un día, el astuto alumno fue sorprendido en falta. El maestro, hirviendo de rabia, lo mandó a llamar de inmediato, y, mientras esperaba que llegara, se sentó en la gran sala.
El alumno llegó y, arrodillándose ante su maestro, le dijo, sin mencionar su falta:
– Quise venir antes, pero estuve haciendo planes para hacer el mejor uso de mil onzas de oro que me cayeron del cielo.
La cólera del profesor desapareció como por encanto, al oír la palabra «oro».
– ¿De dónde sacaste ese oro? -preguntó con vivacidad.
– Lo encontré escondido en la tierra -contestó el alumno.
– ¿Qué piensas hacer con él? -prosiguió el maestro.
– Soy de una familia pobre -contestó el alumno-; no tenemos bienes de familia, así que hemos decidido, mi mujer y yo, dedicar quinientas onzas de oro para comprar tierras, doscientas onzas para construir una casa, cien para amoblarla y cien para comprar esclavos. De las cien onzas restantes, la mitad será para comprar libros, pues pienso, de ahora en adelante, trabajar con ardor; la otra mitad se la regalaré a mi profesor para agradecerle la enseñanza que me ha dado. He ahí mis planes.
– ¿Es posible? ¡Yo no soy digno de semejante homenaje! -dijo el profesor.
Convidó a su alumno a una suntuosa comida. Los dos hablaban y reían, bebiendo mutuamente a su salud. En un estado próximo a la ebriedad, el profesor preguntó de súbito:
– Te viniste precipitadamente; ¿pusiste siquiera el oro en un cofre, antes de partir?
El alumno se puso en pie para contestar:
– ¡Ay! Aún no había terminado completamente de hacer mis planes, cuando mi mujer me despertó al hacer un movimiento; cuando abrí los ojos ¡el oro había desaparecido! No tuve necesidad de cofre.
Estupefacto, el profesor preguntó:
– El oro del cual hablabas, ¿era entonces un sueño?
– ¡Naturalmente! -contestó el estudiante.
El profesor sintió que una violenta cólera lo invadía, pero su alumno era su invitado y no pudo enfadarse con él. Lentamente dijo:
– Tienes buenos sentimientos en tus sueños para con tu profesor; cuando realmente hagas fortuna, de seguro no me olvidarás.
Y volvió a llenar el vaso de su discípulo.
Relatos de Xue Tao