Desde muy pequeño soñaba con tener una casita blanca, con jardín al frente y un fondo muy grande.
Cada vez que nos sentábamos con mi abuela a tomar mate, ya que era el mayor de los nietos y su predilecto, traía en las charlas con ella el tema de la casita blanca. Era un anhelo ferviente que tenia, describiendo cómo debía ser, y qué cosas tendría esa casita soñada.
Por ese entonces sólo le repetía: «Mamita (así le llamaba) cuando yo sea grande y trabaje, voy a comprar una casita blanca.»
Pasaron los años y la deuda debía cumplirse, aunque ya no estaba la abuela.
Compré la casita, y ya siendo dueño de mi sueño, todavía no completaba mi felicidad. Seguía teniendo ese anhelo.
Un día me di cuenta, siendo ya grande, maduro, que yo era el que debía transformarme en esa casita blanca y soñada. Necesitaba invitar a Jesús a entrar en mi corazón. Cuando así lo hice, mi mayor anhelo logré, mi sueño se hizo realidad.
Soy la casita blanca, mejor adornada, con el mejor jardín, y el más amplio fondo, donde ambos podemos corretear, Jesús y yo.