Para la madre Teresa de Calcuta, su misión era tan sencilla como el Evangelio que (recuerda Leo Maasburg el gesto que hacía con la mano la religiosa) «se lee con cinco dedos: A-mí-me-lo-hicisteis». Por eso, cuando estaba en Calcuta no dejaba de acompañar a sus voluntarios a Nirmal Hriday (‘corazón puro’), la casa de los moribundos y también «hija predilecta» de la beata.
Llevaba a cada voluntario hasta los pies de una cama, le tomaba la mano, le hacía la señal de la cruz en la frente y lo acercaba hasta el moribundo. «Háblale, ayúdale a comer, dale la mano.» Luego, con todos colocados, se retiraba a un rincón desde el que observaba la escena: decenas de voluntarios cuidando a Jesús.
Y así hizo, también, cuando Juan Pablo II visitó Nirmal. Lo tomó de la mano, lo acercó hasta una cama y, mirando al moribundo, dijo: «Bendígalo, Santo Padre».