Una vez escuché la historia de un ministro que salió un día a caminar por una hilera de casas muy suntuosas de estilo victoriano.
Mientras paseaba por allí divisó un muchachito saltando en el portal de una de ellas, bella y antigua.
Estaba tratando de alcanzar el timbre que se hallaba en un lugar alto al lado de la puerta, pero era muy pequeño para llegar.
Sintiendo pena por el muchacho, el ministro se llegó hasta allí, entró en el portal y tocó el timbre con fuerza por él.
Entonces sonrió y le dijo: «¿Y ahora qué, jovencito?»
«Ahora», exclamó el muchacho, «¡a correr como locos!»
El hombre juzgó mal los motivos del muchacho en la historia, pero Dios no comete errores en cuanto a nuestros motivos. Cuando estos no son buenos, nuestras oraciones carecen de poder.
Santiago 4.3 dice: «Pedís y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites».
A veces incluso puede ser difícil conocer nuestros motivos.