Había una vez un médico que se vanagloriaba de ser capaz de mejorar a los jorobados.
– Si un hombre es curvo como un arco, como una tenaza o como un aro, basta con que se dirija a mí, para que yo, en un día, lo enderece -decía.
Cierto jorobado fue lo suficientemente ingenuo para creer en estas seductoras palabras, y se dirigió a él para que lo desembarazara de su joroba.
El charlatán cogió dos tablones, colocó una en el suelo, hizo acostarse encima al jorobado, colocó el segundo tablón encima, en seguida, subiéndose encima pisoteó con fuerzas a su paciente. El jorobado quedó derecho, pero murió.
Como el hijo del muerto quiso llevarlo a la justicia, el charlatán exclamó:
– Mi oficio es el de curar a los jorobados de sus jorobas; yo los enderezo; que mueran o no, ¡eso a mí no me concierne!