Un hombre subía una empinada cuesta llevando de las riendas un asno y un caballo. El asno llevaba una pesada carga, pero el caballo trotaba libremente viendo el panorama. El asno, de cuando en cuando y agobiado por el peso de la carga, suplicaba:
– ¡Caballo, amigo mío, ayúdame! No puedo más.
El caballo, riéndose, le respondió:
– ¡Peor para ti! El amo lo ha querido así… ¡Arréglatelas como puedas!
Y continuaron su camino. Al poco tiempo, el asno exhausto cayó a tierra muerto. Entonces, el dueño cogió al caballo, puso toda la carga sobre él, y luego pensó: «También este asno muerto puede valerme; siquiera venderé la piel para hacer tambores.»
Y cargó también sobre el caballo el pobre asno muerto y así continuó su camino.