Verdaderamente, yo no camino largo tiempo sobre la tierra. Entre la eternidad que ha precedido a mi nacimiento y la eternidad que seguirá a mi muerte, tengo justo el tiempo de aparcar sobre nuestro pequeño planeta.
Tengo un «disco horario». No puedo modificar la duración de una hora. Mi estancia aquí abajo está inexorablemente limitada. Ningún «dispositivo» puede hacer algo por mí. Mi vida es como una firma en la arena. Un leve soplo del viento la hace desaparecer. ¿Qué hacer entonces? Diría: sobre todo, no llorar. Buscar, más pronto, la forma de aparcar mi vida al sol, y no en una colmena de intrigas, de preocupaciones y problemas que consuman los nervios. ¡Embellecer los días! Entusiasmarse por la luz, por el amor, por los hombres y por las cosas buenas.
Ser afectuoso y cordial con el anciano que sabe que su tiempo de aparcar ha terminado; con el enfermo, el inválido, el desheredado, el explotado, el drogado y tantos desdichados que no han podido encontrar una luz al sol. Crear días hermosos para ellos y para todos los hombres que me rodean. En el fondo, no tengo otra opción para ser feliz.
¡Aparcar al sol y dejar que el tiempo transcurra!