Marcelo Bielsa, el técnico del Athletic de Bilbao, es un hombre de un gesto adusto, que pocas veces deja resquicio a mostrar sus emociones en público. Pero en la intimidad es una persona que lo hace con frecuencia. Y que incluso se abre para expresar sus sentimientos más profundos.
Cuando era seleccionador argentino dio una charla a chicos de entre 13 y 17 años del colegio Sagrado Corazón, de Rosario, donde él curso el secundario. La condición fue que no hubiese prensa. Y si bien ese encuentro se mantuvo en secreto aquel día, luego trascendieron sus palabras, que con el paso del tiempo tienen un mayor significado.
En este discurso se desvela cuál es el valor que Bielsa le da tanto al éxito como al fracaso. Y sus reflexiones lo pintan de cuerpo entero y reflejan sus pensamientos más profundos, sobre todo en momentos de frustración como los actuales. Estos son algunos ejemplos de sus reflexiones: «Los momentos de mi vida en los que yo he crecido tienen que ver con los fracasos; los momentos de mi vida en los que yo he empeorado, tienen que ver con el éxito».
Y lo explica: «El éxito es deformante, relaja, engaña, nos vuelve peor, nos ayuda a enamorarnos excesivamente de nosotros mismos; el fracaso es todo lo contrario, es formativo, nos vuelve sólidos, nos acerca a las convicciones, nos vuelve coherentes. Si bien competimos para ganar, y trabajo de lo que trabajo porque quiero ganar cuando compito, si no distinguiera qué es lo realmente formativo y qué es secundario, me estaría equivocando».
El técnico sigue con su lectura muy peculiar sobre la repercusión que tiene el fútbol en la sociedad: «Estoy absolutamente convencido de que la fama y el dinero son valores intrascendentes. Sí estoy seguro de una cosa: fui feliz cuando disfruté del amateurismo, fui feliz cuando crecí enamorado de mi trabajo. Yo tengo un profundo amor por el fútbol, por el juego, por la esquina, por el baldío, por el picado, por la pelota. Y desprecio todo lo añadido. Para explicar un poquito mejor esto, sé que la alegría de un triunfo en un partido dura cinco minutos, después hay un vacío enorme y grandísimo. Y una soledad indescriptible».
El técnico no tiene dudas: «Quiero insistir con que es mucho mejor ser prestigioso que popular. Nunca me dejé tentar por los elogios. Los elogios en el fútbol son de una hipocresía absoluta. El fútbol está concebido así, tiene que haber o una gran alegría o una gran tristeza. Derrota o victoria, sangre o aplauso, son valores muy caros al ser humano», dice.
Bielsa lo tiene claro: «En el fracaso sufro mucho la injusticia del trato, no logré nunca dominar eso. Siempre sufro mucho cuando perdemos y cuando soy maltratado, pero sí logré no creerme la duración del éxito. Como no se revisa por qué ganaste, da lo mismo, te adulan por haber ganado y no porque mereciste ganar».
Y este análisis le va como anillo al dedo a su equipo: «No permitan que el fracaso les deteriore la autoestima. Cuando ganas, el mensaje de admiración es tan confuso, te estimula tanto el amor hacia uno mismo y eso deforma tanto. Y cuando pierdes, sucede todo lo contrario. Hay una tendencia morbosa a desprestigiarte, a ofenderte, sólo porque perdiste. En cualquier tarea se puede ganar o perder, lo importante es la nobleza de los recursos utilizados».
Verónica Brunati