María fue sin duda, una mujer llena de profunda alegría, una alegría interior, que le brotaba por su gran fe, su incondicionalidad a los designios de Dios y por supuesto, a su maternidad. La alegría de María la lleva incluso con las cruces de su vida, ya que sabe que éstas tienen un sentido y las acepta para ofrecérselas al Señor y colaborar con Él en la redención del mundo (Cf. «María, camino de perfección», de Santiago Martín).
María, alegre también por vernos a todos nosotros, sus hijos, caminando hacia Cristo y alegre cuando le oramos pidiendo su intercesión en nuestro camino a la santidad. Mayo es un buen momento para mostrarle con una sencilla flor, nuestro amor y agradecimiento, a ella que está siempre atenta a nuestras necesidades, a ella que con su corazón de madre conoce nuestras debilidades, sufrimientos y alegrías y nos acoge con infinito amor.
Madre y Reina, tú nos diste a tu hijo, el autor de la vida, y con Él entregaste al género humano los tesoros de la salvación.