Había una vez una anciana en un asilo, era una mujer llena de amargura y abatida por la vida. Ella no hablaba con nadie ni pedía nada. Ella apenas existía… en su vieja y rechinante mecedora. La anciana no tenía visitantes.
Cada dos días por la mañana, una joven y sabia enfermera entraba en su habitación. Ella no trataba de hablar o hacerle preguntas a la señora. Simplemente acercaba otra mecedora junto a la anciana y se mecía con ella.
Meses más tarde, la anciana finalmente hizo uso de la palabra.
«Gracias.» -dijo. «Gracias por mecerte conmigo.»
«No hay nada más artístico que verdaderamente amar a las personas.» –Vincent van Gogh
🙂