Cierto letrado necesitaba dinero. Juntó todos los libros que tenía en su casa -varios centenares de volúmenes- y partió para venderlos en la capital. En el camino se encontró con otro letrado, quien, después de mirar la lista de los libros, deseó vivamente poseerlos. Pero él era pobre y no tenía con qué pagarlos; entonces llevó al otro a su casa para mostrarle los bronces antiguos que se disponía a cambiar por arroz. El dueño de los libros era un gran aficionado a los bronces antiguos y la colección le gustó enormemente.
– No los venda -le dijo a su nuevo amigo-, vamos a hacer un cambio.
Y trocó todos sus libros por varias decenas de bronces.
La mujer del primero se extrañó al verlo regresar tan pronto. Echó una mirada a lo que traía: eran dos o tres sacos llenos hasta el borde, en los cuales se entrechocaban los objetos con ruido metálico. Al saber toda la historia, empezó a gritar:
– ¡Qué estupidez! ¿Cómo podremos comer con estos bronces?
Él contestó:
– ¡Bueno!, ¿y crees que mis libros le darán arroz a él?
Dao Shan Qing Hua