Cuando un juez fue asignado a un juicio que tenía el potencial de ser volátil, pues se relacionaba con asuntos raciales, muchos abogados elogiaron la decisión: «Él es equitativo, muy equitativo, y justo» -dijo uno de ellos. «Le importan las personas, tanto las víctimas como los acusados.» -dijo otro. Muchos otros también hablaron muy bien de sus calificaciones como juez justo.
Tal elogio debería ser lo común, no la excepción, porque de un juez esperamos justicia. Pero Dios, el Juez del Universo, requiere equidad de todos nosotros y desea que clamemos por justicia para los oprimidos.
Hoy día, en muchos países, más gente vive en las ciudades que nunca antes, y en lo profundo de esas áreas densamente pobladas están las condiciones que alimentan la ira, la desesperanza y la desesperación. Existen normas incoherentes de justicia para las diferentes razas y nacionalidades. Son comunes las prácticas desiguales en las áreas de empleo y vivienda… Y muchas otras desigualdades conducen a nuevas injusticias.
Como cristianos, debemos estar entre los primeros en trabajar por la justicia en cada área de la sociedad, no primordialmente por nosotros, sino por los demás. Y debemos eliminar el prejuicio y las actitudes injustas de la ciudadela interna de nuestros corazones.