Un avaro enterró su oro al pie de un árbol que se alzaba en su jardín. Todas las semanas lo desenterraba y lo contemplaba durante horas. Pero, un buen día, llegó un ladrón, desenterró el oro y se lo llevó. Cuando el avaro fue a contemplar su tesoro, todo lo que encontró fue un agujero vacío.
El hombre comenzó a dar alaridos de dolor, al punto que sus vecinos acudieron corriendo a averiguar lo que ocurría. Y, cuando lo averiguaron, uno de ellos preguntó:
– «¿Empleaba usted su oro en algo?»
– «No», respondió el avaro. «Lo único que hacía era contemplarlo todas las semanas.»
– «Bueno, entonces», dijo el vecino, «por el mismo precio puede usted seguir viniendo todas las semanas y contemplar el agujero.»
Anthony de Mello