En la Universidad de Padua, varios estudiantes atacaron a San Francisco de Sales para humillarlo por ser tan piadoso. Pero como en París había aprendido muy bien el arte de la esgrima, sacó su espada y los desarmó a todos.
Cuando los vio derrotados, les dijo: «Y agradezcan que soy creyente, pues por eso no los hiero ni les hago mal.»
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