Muchas personas tienen el orgullo demasiado inflado como para decir que quieren depender de Dios. A veces es que se malentiende el término, pues depender de Dios no es cruzarse de brazos y esperar que se abra el cielo para darnos lo que ocupamos. No. Depender de Dios es simplemente poner tu día en las manos de Dios, sabiendo que habrá cosas que te agraden, otras que no y otras que ni cuenta te das pero al final, que sepas que Dios estará contigo en cada uno de todos esos momentos para reír, llorar y vivir a tu lado.
Depender de Dios no es simplemente decir que Dios tome el control de tu vida, sino que es creerlo. Depender de Dios es tener optimismo y fe a pesar de que las nubes sean tan oscuras que no permitan ver el sol. Depender de Dios, es querer caminar de la mano de Dios. Dejar esa vida de soledad y tristeza. Dejar de buscarte, y comenzar a descubrirte.
Saben, hace algunos años no veía mi lugar en el mundo. No tenía idea de qué hacer, de cuál era mi papel y no encontraba nada que me gustara y que verdaderamente hiciera con tanto cariño que lo hiciera de forma excelente. Poco tiempo después me di cuenta de que no estaba en este mundo para ser cantante, tampoco para ser dueño de una gigantesca empresa, al menos por ahora. Me di cuenta de que mi lugar en la vida era predicar buenas noticias y hablar con tanta pasión por Dios, que otras personas se sentirían motivadas. Y todo esto a pesar de mis muchas y constantes faltas y errores.
Depender de Dios. Es creer no en lo que puedes hacer por ti mismo, sino en los grandes milagros que puedes obrar siendo instrumento en las manos de Dios.
Hoy te invito, amiga, amigo, a que dependas de Dios y encuentres aquello que durante tanto tiempo has buscado. A ti misma y a ti mismo. Te sorprenderás de los planes que Dios tiene en su mesa de dibujo.
Arturo Quirós Lépiz
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