Cuentan de una anciana que vivía sola en un apartamento muy pobre. Cada mañana salía a recoger los juguetes que encontraba en la basura. Durante el día gozaba arreglando los juguetes. Al atardecer volvía a los parques, y dejaba los juguetes, por si acaso les servía a algún niño.
Al morir no tenía para el ataúd, pero los niños de aquel pueblo le regalaron uno de colores.