San Felipe Benicio, en su lecho de muerte, exclamaba: «¡Denme mi libro!»
Los que estaban en su habitación le daban uno tras otro, pero él seguía diciendo: «¡Denme mi libro!»
Notando que fijaba sus ojos en el crucifijo se lo dieron.
«Este sí es mi libro -exclamó-; en él he leído muchas veces y con él quiero terminar mi vida.»