La preocupación hace que uno se olvide de quién es el que manda.
Y cuando te enfocas a ti mismo, te preocupas. Te pones ansioso por muchas cosas.
Te preocupas porque tus compañeros de trabajo no te aprecian, tus líderes te hacen trabajar en exceso, tu superintendente no te comprende, o tu congregación no te apoya.
Con el paso del tiempo tu agenda llega a ser más importante que la de Dios.
Estás más preocupado en presentarte a ti mismo que en agradarle a Él.
Y puede que cuando vengas a ver estés dudando del discernimiento de Dios. Dios te ha bendecido con talento. Ha hecho lo mismo con tu prójimo.
Si te preocupas por los talentos de tu prójimo, descuidarás los tuyos. Pero si te preocupas por los tuyos, podrás ser de inspiración para ambos.
Del libro «Promesas inspiradoras de Dios», de Max Lucado y Terri A. Gibbs