Durante la Guerra Civil, el presidente Abraham Lincoln visitaba a menudo los hospitales para conversar con los soldados heridos.
Una vez los médicos le señalaron a un joven soldado, ya próximo a la muerte, y Lincoln se acercó a su cama.
– ¿Puedo hacer algo por usted? -preguntó.
Era obvio que el soldado no había reconocido al presidente; haciendo un esfuerzo, pudo susurrar:
– Por favor, ¿me escribiría una carta para mi madre?
Alguien le dio lápiz y papel; el presidente comenzó a escribir cuidadosamente lo que el joven lograba dictar:
«Mi queridísima madre:
Fui malherido mientras cumplía con mi deber. Temo que no podré recuperarme. Por favor, no te aflijas demasiado por mí.
Besa de mi parte a Mary y a John.
Que Dios los bendiga, a ti y a mi padre.»
Como el soldado estaba demasiado débil para continuar, Lincoln decidió firmar la carta por él y agregó: «Escrita en nombre de su hijo por Abraham Lincoln».
El joven pidió ver la nota y quedó atónico al saber quién la había escrito.
– ¿De veras es el presidente? -preguntó.
– Sí, lo soy -replicó Lincoln tranquilamente. Luego quiso saber si había alguna otra cosa que pudiera hacer por él.
– Por favor, ¿quiere darme la mano? -pidió el soldado-. Eso me ayudará cuando llegue el fin.
En la silenciosa habitación, el alto y enjuto presidente tomó la mano del muchacho y pronunció unas cálidas palabra de aliento hasta que llegó la muerte.
Debes dar tu tiempo al prójimo; aunque sea algo pequeño, haz algo por los demás, algo por lo que no obtengas más recompensa que el privilegio de hacerlo.
Albert Schweitzer