Si quieres, puedes

En tu vida hay dos piezas que no encajan: la cabeza y el sentimiento.

La inteligencia -iluminada por la fe- te muestra claramente no sólo el camino, sino la diferencia entre la manera heroica y la estúpida de recorrerlo. Sobre todo, te pone delante la grandeza y la hermosura divina de las empresas que la Trinidad deja en nuestras manos.

El sentimiento, en cambio, se apega a todo lo que desprecias, incluso mientras lo consideras despreciable. Parece como si mil menudencias estuvieran esperando cualquier oportunidad, y tan pronto como -por cansancio físico o por pérdida de visión sobrenatural- tu pobre voluntad se debilita, esas pequeñeces se agolpan y se agitan en tu imaginación, hasta formar una montaña que te agobia y te desalienta: las asperezas del trabajo; la resistencia a obedecer; la falta de medios; las luces de bengala de una vida regalada; pequeñas y grandes tentaciones repugnantes; ramalazos de sensiblería; la fatiga; el sabor amargo de la mediocridad espiritual… Y, a veces, también el miedo: miedo porque sabes que Dios te quiere santo y no lo eres.

Permíteme que te hable con crudeza. Te sobran «motivos» para volver la cara, y te falta arrojo para corresponder a la gracia que Él te concede, porque te ha llamado a ser otro Cristo, ipse Christus! -el mismo Cristo. Te has olvidado de la amonestación del Señor al Apóstol: «¡te basta mi gracia!» (2 Corintios 12:9), que es una confirmación de que, si quieres, puedes.

Del libro «Surco», de San Josemaría Escrivá

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