Las faltas de los cristianos

Dos viajeros habían tomado asiento en un vagón de ferrocarril y conversaban acerca de la religión. Uno de ellos, incrédulo, procuraba explicar su punto de vista ridiculizando, con evidente satisfacción, las faltas de los cristianos.

Sentado cerca de él, un creyente anciano escuchaba atentamente. Sabía que, en gran parte, las quejas eran ciertas y justificadas. Por eso, al principio, se quedó callado.

Sólo cuando el acusador se dirigió a los demás viajeros para ensanchar su círculo de oyentes, el anciano tomó la palabra y dijo:

– Veo que usted es muy hábil para descubrir lo malo de los cristianos. Sabe hacer resaltar sus faltas con maestría… Yo también soy creyente y amo al Señor Jesucristo y a los suyos. Y ¿sabe una cosa? No voy a gastar una palabra para defenderlos; más bien le invito a que hable primeramente contra el Señor Jesús.

El escéptico quedó sorprendido y replicó en voz baja:

– No, a él no le encuentro falta… Él era perfecto.

– Eso es cierto -dijo el anciano- y por eso mi corazón fue atraído hacia Él. Cuanto más aprendí a conocerle, tanto más descubrí que yo no me parecía a Él y que era sólo un débil ser humano con muchos defectos… Ahora, dígame: ¿No tenía yo razones para amarle, cuando supe que Él murió por mis pecados? Desde entonces, le sirvo y todo el mal que pueden hacer los que pretenden seguirle no me puede separar de Él. Mi salvación depende de lo que Él hizo por mí y no de lo que hacen los demás.

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