Sé reservado

Nunca se había visto un asno en una remota región de China, hasta el día en que un excéntrico, ávido de novedades, se hizo llevar uno por barco. Pero como no supo en qué utilizarlo, lo soltó en las montañas. Un tigre, al ver a tan extraña criatura, lo tomó por una divinidad. Lo observó escondido en el bosque, hasta que se aventuró a abandonar la selva, manteniendo siempre una prudente distancia.

Un día el asno rebuznó largamente y el tigre echó a correr con miedo. Pero se volvió y pensó que, pese a todo, esa divinidad no debía de ser tan terrible. Ya acostumbrado al rebuzno del asno, se le fue acercando, pero sin arriesgarse más de la cuenta. Cuando ya le tomó confianza, comenzó a tomarse algunas libertades, rozándolo, dándole algún empujón, molestándolo a cada momento, hasta que el asno, furioso, le propinó una patada. «Así que es esto lo que sabe hacer», se dijo el tigre. Y saltando sobre el asno lo destrozó y devoró. El asno parecía poderoso por su tamaño, y temible por sus rebuznos. Si no hubiese mostrado todo su talento con la coz, el tigre nunca se hubiera atrevido a atacarlo. Pero con su patada el asno firmó su sentencia de muerte.

Ni descubras todo lo que piensas, ni muestres todo lo que tienes, ni tomes todo lo que quieres, ni digas todo lo que sabes, ni aun hagas todo lo que puedas; porque en la Corte te perderás si sigues a tus emociones, y no lo que la fría razón te aconseja.

Deja un comentario