Mis manos… y mi Dios

Una pobre mujer fue abandonada por su marido quien la dejó sin aparentes medios de vida. Cuando se llevó el caso a los tribunales, el juez preguntó a la mujer:

– ¿Señora, cuenta usted con algún recurso?

– Pues verá usted, Señor Juez… -replicó- en realidad cuento con tres.

– ¡Tres!

– Sí, señor.

– ¿Cuáles son? -preguntó el sorprendido juez.

– Mis manos, mi salud, y mi Dios, Señor Juez.

El ingenio de esta mujer, la confianza en sí misma, y su dependencia de Dios pueden ser una buena lección para todos nosotros. El viejo proverbio que dice: «Ayúdate, que Dios te ayudará» puede aplicarse todavía. La fuerza que se deriva de nuestra Fe en Dios nos dará valor para confiar en nosotros mismos.

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