Afán efímero

La araña teje su tela a costa de un largo trabajo y de numerosas idas y vueltas. Entreteje sus innumerables hilos, sin economizar su sustancia, pues saca el material de sus propias entrañas. Pero basta un escobazo para destruir esa obra de arte. El mismo insecto corre el riesgo de terminar brutalmente sus días bajo los pies de quien hace la limpieza.

¿No ocurre lo mismo con los humanos? Se agotan buscando riquezas o una situación mejor, más bienestar o reconocimiento de parte de sus semejantes, diversas clases de distracciones… Gastan su energía, su inteligencia y su salud tratando de lograr las metas terrenales que se proponen… Y cuando creen haber acabado su obra, ¡se dan cuenta que se parece a una telaraña!

«Engrandecí mis obras» -escribió el rey Salomón-, «edifiqué para mí casas, planté para mí viñas; me hice huertos y jardines… fui engrandecido… y he aquí, todo era vanidad y aflicción de espíritu» (Eclesiastés 2:4-11).

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