No saludó a su Padre

Una mañana, relata Nayda Núñez, mientras me preparaba para ir a la montaña a visitar unas amigas, el viejo José me pidió que lo llevara a ver su hija. Había tenido una recaída pues padece de epilepsia y temía morir sin verla. José lleva en el Hogar seis años abandonado por sus hijos.

Como es natural, lo acompañé. Aunque yo no sabía para dónde iba, él sí conocía el camino. Después de dar muchas vueltas llegamos a la casa. Él mismo, con manos temblorosas, tocó la puerta, y mientras esperábamos que se abriera yo le preguntaba con insistencia: «¿Está seguro que es aquí?». El repetía constantemente: «Ella vive aquí. Yo sé que está aquí.»

Después de un largo rato de espera, se abrió la puerta y apareció un hombre con ojos soñolientos. Le pregunté si conocía a don José y mi sorpresa fue cuando me dijo: «Él es mi papá». Lo miré fijamente y sólo le pude decir: «¿No saludas a tu padre? Yo no sabía que existías, pues este hombre que dices es tu padre lleva seis años en el Hogar y ni siquiera cooperas con una visita.»

El hombre bajó la cabeza y no dijo nada. Don José se le acercó y lo abrazó.

Este gesto me hizo comprender que el amor de padre es parecido al Amor de Dios. Es un amor que no conoce el rencor ni toma en cuenta las veces en que nos alejamos de él.

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