No puede ser un criminal

José I, el emperador de Austria, vio una vez, desde su carruaje, a un joven que se acercó a un barrendero y le besó una mano con gran respeto.

– ¿Quién es aquel hombre? -preguntó el emperador.

– Es un ladrón que está condenado a barrer las calles de Viena, como los demás barrenderos, durante diez años. -le respondió uno de sus guardias.

– Entonces, suéltenlo -dijo José I-. Quien ha educado tan bien a su hijo, que le besa así las manos en público, sin ningún respeto humano, no puede ser un gran criminal ni merecer castigo tan grande.

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