El apóstol

Cierto atardecer, después de predicar a las multitudes que se acercaban para oírme, vino a mí un joven entusiasta que quería recibir algo más de mis sabias enseñanzas.

Y yo, que me sentía con el Don de la Verdad, inicié un ampuloso discurso con el que predije que hasta los sordos escucharían las palabras del libro de mi alma, porque mi palabra no era provisional, sino eterna; no era un ruido vacío, sino capaz de difundir mi riqueza contenida. Por eso, como una antorcha que comunica un fuego capaz de escrutar e iluminar los corazones, no temía que el viento de mi soberbia lo apagase.

Cuanto terminé tan fatigoso discurso, el joven se aproximó a mi oído para decirme: «Por favor, ¿podría repetírmelo todo un poco más alto? Es que soy sordo.»

Padre José Alcázar Godoy

Deja un comentario