La parábola del té

Al preparar una taza de té comprendí la interacción que se produce entre la vida devota y la santidad.

El agua es un cuerpo líquido, incoloro, inodoro e insípido. Como compuesto químico, posee la capacidad de disolver gran cantidad de sustancias, y su poder de disolución aumenta a mayor temperatura. Si colocamos algunas hebras de té en un vaso de agua fría, no observaremos ningún cambio por un buen período de tiempo, pero si calentamos el agua hasta su ebullición, lograremos producir una infusión con color, aroma y sabor. De esta manera el agua común adquiere las propiedades y virtudes de la tisana.

De la misma forma, sin el aporte de la gracia divina, no tenemos color, aroma ni sabor. No se produce vida espiritual. En la frialdad de una religiosidad carente de relación con Dios, es imposible que el Espíritu Santo nos comunique la vida de Cristo. La oración provee el «calor» que permite al Espíritu de Dios infundirse en nuestra persona, plasmando así la imagen de Cristo, de igual manera que el agua recibe de las hebras de té sus propiedades.

Oscar Marcellino

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