La impaciencia del sacristán

En cierta ocasión, cuando San Alfonso María de Ligorio era obispo, una señora lo insultó cuando salía de la catedral. Ella lo acusó de ser responsable del hambre que estaban pasando las personas en ese lugar.

Alfonso la bendijo, pero el sacristán, quien lo acompañaba, fue menos suave y la empujó.

El obispo lo regañó: «La pobre, ella y otros como ella merecen compasión; estas palabras no vienen de su corazón, sino de su estómago.»

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