No cansar a los otros

Clemenceau asistía a una sesión del Senado en la que uno de sus honorables miembros hablaba sin parar, y así pasáronse las horas.

«¡Descanse un momento!» -díjole un colega que se hallaba próximo al orador.

Y, aunque lo dijo en un tono muy discreto, fue claramente oído por toda la Cámara. En el mismo tono contestó el infatigable orador:

«No; no estoy cansado.»

Y Clemenceau añadió, en voz alta:

«¡Pero podrían descansar los demás!»

Con lo cual terminó la intervención del honorable miembro en aquella sesión.

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